Desde el primer día que entró en casa, sospeché de él. De su andar recortado y su sonrisa burlona, que adornaba con un estrecho bigotillo, negro como el carbón. De sus ojos pequeños y crueles y de sus costumbres: Se pasaba las horas -mañana, tarde y noche- fumando de su pipa de nácar veteado, dejando un intenso olor a tabaco allí donde se encontraba. Cuando vinieron a buscarlo, no me sorprendí. Al fin y al cabo, no era el único criminal que se alojaba en aquel lugar.
Wow! Tienes la rara cualidad de dejar como un hálito de misterio irresoluble en el sentido de tus textos (salvo el de Leticia, tal vez XD). Me encanta tu estilo escueto, pespunteado sin alardes con palabras precisas. Creo que aciertas con dar a lo breve un ritmo interno de lo más sugerente. Y eso no es nada fácil. Sigue regalándome, por favor!!!!
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